4/6/12

'Gracias' no es una palabra, es un sentimiento

La Nueva Museología ha otorgado un especial interés a la satisfacción del público que visita los museos (u otro tipo de institución cultural). A la necesidad de conseguir una visita agradable, instructiva, cómoda, divertida, completa.

Si bien es cierto que las visitas a instituciones culturales producen cansancio físico y, en ocasiones, también mental, los visitantes son un pilar fundamental en los museos, y acuden a ellos porque, en definitiva, les aportan algo, y algo bueno. Si no, no irían.

Dos visitantes observan el cuadro de Henri Matisse 'Ninfa y Fauno'

Existen numerosos estudios de público y otras investigaciones en torno a los visitantes de museos que elaboran estadísticas sobre los perfiles de estos. Evidentemente no todos los que acudimos a un museo u otro tipo de institución cultural lo hacemos con los mismos objetivos. Somos ante todo personas, y como tales, aunque pertenezcamos a una sociedad, somos seres individuales, lo que hace que cuando visitamos un museo esperemos llevar a cabo una búsqueda personal, íntima.

Y en esta búsqueda personal quiero detenerme. Sobre todo quiero hacer hincapié en la satisfacción que nos produce lo encontrado. En ese momento en que sentimos que lo que vemos, oímos, tocamos, nos conmueve. En esa sensación de intimidad, de revuelo de pensamientos, de calma, de agitación, de dolor, esa sensación de furia, de complacencia, de emoción. De conexión con quien ha creado lo que vemos, oímos, tocamos...
Joan Miró, 1978





¿Qué ocurre cuándo llegamos a esa conexión? Yo creo que en ese momento estamos agradeciendo. Agradecemos la experiencia y, en cierto modo, satisfacemos a quien la ha producido. Decía Cicerón que "la gratitud no es sólo la más grande de las virtudes, sino la madre de todas las demás".






Para dejar testimonio de esa gratitud mutua que se produce entre emisor y receptor, terminaré con una cita de Mozart sobre una experiencia vivida como pianista ante su público:

"(...) quedé muy contento del público vienés que, con sus interminables aplausos, me obligó a empezar de nuevo. Pero lo que todavía me gustó más fueron los gritos de ¡bravo! y el sorprendente silencio que hubo mientras yo tocaba. Tratándose de Viena, donde hay tantos y tan buenos pianistas, ya no me podía ir mejor..." (Martorell, 1991). 


Gracias.